Nathan Glass
“Estar solo en una habitación cerrada y a oscuras, de noche, sabiendo que en ella hay también un murciélago es siempre impresionante, sobretodo cuando se siente volar a esa rata alada y, en forma ya intolerable, cuando sentimos que una de sus alas ha rozado nuestra cara en su inmundo vuelo silencioso.” Sábato, Sobre héroes y tumbas.
Entre vírgenes milagrosas, distancias mayores que asoman como ambulancias, paroxismo espiritual y desamores que duelen, voy convirtiendo mi propio paisanaje en un lugar cualquiera. Tal lugar no existe. Tal respuesta no existe. Vivo con los ojos abiertos y encaminados a algún lugar inexistente y urgente, necesario y vacío, sin punto de partida, con mil noches y una noche. No encuentro nada en la calle, Fito me dice casualidad - de la puñetera, corrijo-. Somos dos amigos en la ciudad, en búsqueda de nuestro propio túnel, indagando en lo que no somos para conocer lo que somos
(vamos pibe, es como si le enseñaras a comprender a Colleritdge a tu perro, un círculo cuyo centro esta en todos lados, y la circunferencia en ninguno). Y nuevamente el rocío calando profundo en el abandono del rojo marcado por el día mundial de la mujer, sacando cuentas del inventario de tu propia vida, feliz día de la mujer mundial.
Paula me dice que abandone la tercera persona, que comience a vivir el estado actual de mi vida, que reescriba como alguna vez lo hice, que lea a Machado y sus soles que son lunas y se llaman lola, dejándome en su casa por enésima vez desde mi última reencarnación en un ratoncito que despierta de la inmoralidad de sentirse mal por haber amado tanto. No soy una persona cualquiera, vivo de los mismos lugares en los que no he estado jamás, sueño en los escarbones empinados en el sobre bien del cubismo pasajero de una pequeña anécdota de los míos, en el ritmo de las palabras que no decimos, de las decimas comas adjetivizadas que gozan con De Rokha y el crillón que nos saluda a los aires desde lejos. Como toda buena ventura resumida las murallas no cambiarían su condicional, viven indefensas, sin entender que la mariposa no es al emperador lo que el emperador a la mariposa. Puede ser que lloremos un poco, puede ser que las causalidades vayan determinando lo miles de albures que hacen felices a los felices. Juguemos al cubismo inimaginario. A le dice a B la más íntima confesión. B le responde que eso está más alla del bien y del mal. A, que es Huidobro, le dice a B, que es Lhin, que las cosas son lo que son y que ante eso solo nos queda darle vuelta a la vida. B, que es un no poeta, se desconcierta. A sonríe, sabe que de todas las formas eso lo convierte en su propio Dios, una forma particular de expiar todo, su pequeño purgatorio, solo teme a Rimbaud, y sin embargo, sonríe.